Es gracioso pensar que la Navidad produce estrés, pero además de gracioso es cierto. ¿Qué nos sucede para que acabemos de los nervios? ¿Qué nos pasa para que vayamos corriendo de un lado a otro, acelerados, de champán a canapé y de langostino a polvorón? Pues que estas fiestas se nos han apoderado. Como si de alienígenas se tratara, los días navideños nos van poco a poco invadiendo hasta abducirnos a su vorágine. ¿Qué hacer para evitar terminar como un espumillón atropellado?
El estrés navideño (y ya está acuñado el término, no soy yo la que lo ha inventado) proviene de un exceso de obligaciones y tensiones. A las tareas cotidianas se suman ahora un extra de quehaceres domésticos, laborales, sociales y familiares que nos arrastran al colapso. Hay varias cosas, trucos, que te pueden ayudar a pasar estos días con la tranquilidad de un monje budista al que los Christmas le resbalan como el trineo de Papá Noel por las nubes la noche del 24. Puedes usar uno solo de los consejos o seguir la sabia premisa del “Todo suma”. Tú eliges:
1. Hazte listas, Prioriza y Delega
Nada como dimensionar el problema. Y nada como escribirlo sobre un papel. Nada mejor que hacer listas. En los procesos que hago de Coaching siempre aparece escribir como tarea en el plan de acción. El poder de la escritura, y de escribir de forma manuscrita, es asombroso. Plasmar las ideas sobre un papel te obliga a ordenarlas (sujeto-verbo-predicado), te permite observarlas desde cierta distancia y te facilita sacarlas, como si de un exorcismo se tratara, fuera de la cabeza, consiguiendo que no te ronden por ella sin parar, disminuyendo la famosa rumiación.
Una vez hecha tu lista, ordénala según la importancia de cada ítem. Eso ya te permite comenzar a trabajar. Ah. Y actualízala. Las listas son cosas vivas que van cambiando. No siempre disminuyen, es verdad que a veces aumentan, pero siempre ayudan.
¿Te imaginas tener que subir unas escaleras sin saber cuántos pisos tienes que ascender? Una lista es eso: una idea clara de cuántas escaleras tienes por delante. Te permite organizar tus fuerzas, tu tiempo. Y el control del tiempo es una de las mejores herramientas para combatir el estrés.
Por último. ¿Sabías que delegar no está penado por la ley? Atrévete. Quizás no con cosas de alta prioridad, pero, ¿por qué no hacerlo con otras cosas menos importantes? ¿Qué más da si las cosas no salen exactamente como tú quieres? Agranda tu cintura. Al fin y al cabo, la Navidad con los turrones también va de eso, ¿o no?
2. Un poco de lean management… a la japonesa
Por curiosidad personal, en una de mis otras vidas (cuando dirigía mi empresa de Gestión Cultural), hice un breve curso sobre el Lean Management. Había leído sobre él y despertó enormemente mi interés. Y con razón. Este modelo de gestión me enseñó cómo muchas veces invertimos tiempo, recursos y sobreesfuerzo en cosas que no son importantes, que no aportan valor, que son prescindibles. Después del curso, cuando estábamos en algún proyecto en plena vorágine, siempre se oía la pregunta que hacía que nos paráramos a pensar: “Eso, ¿aporta valor?” Y muchas veces la respuesta era “no”. ¿Te haces idea de la cantidad de cosas que esta pregunta puede eliminar de una lista? Yo sí. Prueba.
3. Usa la frase de ¿Y qué pasaría si…?
El miedo nos paraliza. Y cuando rascas, descubres que la mayoría de las veces el estrés lo causa el miedo. En el tema que nos atañe, el estrés navideño, es miedo a que se nos olvide algo, a que no lleguemos a tiempo, a que salga algo mal, a que alguien se enfade… no sé, sigue tú.
No hay mejor manera de vencer un miedo que enfrentarse a él. ¿Cómo? Imaginándonos con detalle que lo que tanto tememos ocurre. Vale. Eso que tanto temías ya ha pasado. ¿Y ahora qué? La pregunta que se utiliza en los procesos de coaching es: “¿Qué pasaría si… (causa del miedo)?” Responde. Vuelves a cuestionar la respuesta. “Y… ¿Qué pasaría si (respuesta)?” Así sucesivamente. Ahora ya sabes qué es lo peor que puede pasar. Ya le has puesto cara al miedo. Y cuando a un miedo le pones cara, se vuelve más pequeñito. Es como en la película Monstruos. Cuando los ves, tampoco son para tanto.
4. Cuida al animal que hay en ti
Es un básico. Se nos olvida que somos animales. Racionales (a veces demasiado) sí, pero animales. Así que atender a los cuidados primarios nos sienta estupendamente. Y prescindir esta atención nos sienta “muy malamente”.
El buscar momentos para bien dormir bien, comer bien, hacer algo de ejercicio, darte un respiro (un baño, un masaje) ayuda a pasar mejor estos días. Si te preguntas cómo combatir el estrés, muchas veces ésta es la respuesta. Si tú estás bien, tu entorno y los tuyos están mejor así que no lo consideres egoísmo, considéralo generosidad.
5. Respira, medita, busca un rato de calma
Date un respiro. Sal al campo, a dar un paseo o vete a un spa. Y si no puedes, enciéndete una velita o un incienso o las dos cosas (no son excluyentes), apaga o tamiza la luz, siéntate en el suelo en posición de meditación, cierra los ojos y respira. Medita. Solo cuatro minutos te bastarán para adquirir sosiego. Solo cuatro minutos servirán para que tu cerebro pille la indirecta y haga que tu sistema hormonal comience a virar hacia aguas más calmadas.
Y si eres Samanita, regálate una clase de yoga extra, o métete en una sesión de yoga facial o mindfulness, quédate unos minutitos extra en savasana o en posición de meditación. Ya sabes que Sama es para ti.
En cualquier caso, lo seas o no, aplícate el cuento, el cuento de Navidad. Date una dosis de Sama, de calma. Verás como estos días se hacen más amables, como sonríes más y como el estrés navideño sale por la chimenea dejando sitio libre a las buenas vibraciones.
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